En las religiones que rodean el antiguo Israel, la vid es una planta sagrada, casi divina, y su producto el vino,  es bebida de los dioses. Un débil eco de estas creencias se encuentra en el Antiguo Testamento (Jue  9,13;  Dt 32,37 ss). Israel , por su parte, ve la vid (al igual que el olivo) como uno de los árboles mesiánicos  Miq 4,4; Zac 3,10). Fe ahí que algunas tradiciones antiguas judías hayan identificado el árbol de la vida del paraíso con una vid.

La vid es ante todo la propiedad de la vida,  y por  consiguiente su promesa y su valor;  uno de los bienes más preciosos del hombre (1Re 21,1 ss)  Una buena esposa es para su marido como una parra fecunda (Sal  128,3. La  sabiduría es una vid que hace germinar la gracia  (Eclo 24,17). La figura principal del simbolismo de la vid es Israel que aparece como la viña cuyo propietario es Dios. Él encuentra en ella su gozo, espera sus frutos y la cuida constantemente. Luego resulta que esta plantación defrauda al que tanto la ha rodeado de sus cuidados. No da más que malos frutos y degeneración (Jer 2, 21). Por esa razón el simbolismo va a transferirse a la persona que encarna y recapitula el verdadero Pueblo de Dios: el Mesías es como una vid (Bar 2, 36 s).

En el Nuevo Testamento Jesús proclama que él es la verdadera vid  y que los hombres no pueden pretender ser sarmientos de la viña de Dios si no permanecen en él. De otro modo no son más que sarmientos válidos para el fuego  (Jn 15, 1- 6 ). En la parábola de los viñadores homicidas  (Mt 21, 28 – 46) la viña designa el  Reino de Dios, que confiado primero a los judíos va a pasar a otros. También el simbolismo de la vid se extiende a cada persona en particular. Dios es el viñador que pide a su hijo que inspeccione su vendimia vea   sus beneficios (Mc 12, 6). Y, por el hecho de sustituir a Israel,  Cristo resulta a su vez comparable  a una vid,  y su sangre al vino de la nueva Alianza.

Por tanto, la vid es  un importante símbolo cristiano, especialmente en cuanto produce el vino que es la imagen del conocimiento.  Los textos evangélicos  presentan la vid, según se ha señalado, como símbolo del Reino de los Cielos, cuyo fruto es la Eucaristía y  Jesús es la verdadera cepa. "Yo  entiendo por vid en el sentido alegórico,  escribe San Clemente de Alejandría, al Señor, cuyo fruto debemos comer  mediante los cuidados de un cultivo que se hace en el trabajo de la razón" (Stromata, 1 ) . La sabia que sube por  la vid es la luz del Espíritu, y el Padre es el viñador.

En la iconografía la vid  es a menudo una figuración del árbol de la Vida. La terrible vendimia que narra el  Apocalipsis  (14, 18 -20), confirma semejante significación: "Luego salió del altar otro ángel  que tenía potestad sobre el fuego;  y gritó con potente voz al que tenía la podadera afilada: "Mete tu podadera afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas están en sazón. El ángel metió su podadera, sobre la tierra, y  vendimió la viña de la tierra; Y echó las uvas en el gran lagar  de la cólera de Dios". Aquí la vendimia es  imagen del juicio divino en razón de las  acciones humanas. El mismo Jesús  dice al respecto  "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése dará mucho fruto; porque separados de mí  no podéis hacer nada" (Jn 15, 5). Porque la savia pasa de la vid, de la cepa, a los sarmientos y le da vida y poder para fructificar, lo mismo que la gracia de Dios,  la energía divina, que viene del Padre a través del Hijo, es el poder fructificador que permite a los discípulos, unidos a su Señor (unidos a Cristo)  dar fruto en el campo del Reino.