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Cuenta la leyenda que Baco, era hijo de Júpiter y Semelé. Nació en la isla de Naxos y Mercurio le llevó a Arabia y lo confió al cuidado de las Ninfas de Nisa, moradoras de una gruta cuyas paredes estaban recubiertas de vides y pámpanos donde Baco creció y vivió despreocupado de cualquier problema bajo la complacencia de las Ninfas de las Horas y de los Sátiros que lo alegraban con címbalos y flautas. Un día, ya mayor, el dios cogió dos racimos de la pared de la gruta y los exprimió en una copa de oro; al beber el zumo rojizo fue presa de una dulce embriaguez y sintió aumentar su potencia divina. Habia descubierto el vino y pensó en hacer partícipe a los mortales de su hallazgo. Decidió recorrer el mundo y enseñar a los hombres el cultivo de la vid. De manera que el dios que enseñó a los hombres a cultivar la vid y a elaborar el vino, llegó a pensar que ninguna otra divinidad podría igualar su obra y que la humanidad debería estarle agradecida eternamente. No era soberbia. Argumentaba Baco que habiendo regalado al hombre la bebida de los dioses, también le había dado la capacidad de soñar sin límites, el don de extender la luz ante la oscuridad, la sensación de sentirse inmortal y, en definitiva, la posibilidad de encontrar el auténtico sentido de la vida. El dios romano quiso celebrar su obra con una fiesta. A la orgía no faltaron dioses y semidiosas, ninfas, sátiros, centauros y un gran número de seres indescriptibles. Comieron, bebieron y bailaron hasta que el sueño se apoderó de ellos.
Al día siguiente, un olor desconocido despertó a Baco. Un olor penetrante que provenía de la tierra y que inundó sus sentidos. Curioso, el dios asomó sus ojos por entre las nubes. Un grupo de pastores, reunidos alrededor de lo que había sido una hoguera devoraban, entre risas, la carne de un cordero asado sobre las brasas. Baco, después de adoptar su apariencia más humana, se acercó, al lugar. Nunca hubiera imaginado que una decisión como esta pudiera tener un impacto tan grande en su vida. Los pastores compartieron con él las costillas y el dios, que las había comido en muchas ocasiones, tuvo la oportunidad de descubrir un sabor luminoso, suave y contundente a la vez, un escalofrío de placer que se deshacía en la boca.
¿Cuál era el secreto? ¿Qué había convertido aquellas costillas en manjar divino? Los pastores le explicaron que mientras dormían, un rayo había caído sobre una viña cercana, provocando un pequeño incendio. Las llamas prendieron rápidamente en las ramas secas de la vid. A! amanecer, de aquellas ramas secas, de aquellos sarmientos, sólo quedaban las brasas. Sobre ellas los pastores asaron la carne de un cordero y así descubrieron, cosas del destino, el extraordinario sabor que adquirían las costillas con el calor y e! humo de los sarmientos. Aquellas costillas con un buen 'vino formaban un maridaje perfecto.
Y así fue como, gracias a la vid, hombres y dioses intercambiaron sus más preciosos regalos: De su fruto el mejor néctar, y de las brasas de los sarmientos el mejor osado.
Se cuenta también que Licurgo, rey de los edones de Tracia y amigo de Baco, había ayudado a este dios a plantar de viñas las riberas del río Estrimón; pero un día que Licurgo había bebido excesivamente, ignorando éste los efectos del vino se emborrachó, profiriendo entonces insultos contra su madre, apaleando también a su hijo. Desde este momento se declaró enemigo irreconciliable del vino y se opuso con todas sus fuerzas a la propagación de la vid, cortó las cepas que tapizaban las laderas de sus territorios y dio a sus súbditos la orden de que siguieran su ejemplo. Baco se enojó profundamente y arrancando de su corazón los sentimientos de amistad que le unían a Licurgo, por entender que éste se negaba a establecer su culto en su reino, mandó que este rey fuera arrastrado hasta lo más profundo de los bosques del monte Pangeo, y después de haberlo sujetado a un árbol , lo abandonó a las bestias feroces que acabaron con su vida.
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